29 de diciembre de 2010

La Piedra que olvido abrazar

Érase una vez una piedra llamada Roca…

Roca era una piedra en tamaño y volumen muy grande, vivía en un valle rodeada de muchas montañas, se sentía importante porque de alguna manera su gran tamaño la hacía invencible tanto que cuando venían las tormentas mucha gente se refugiaba en ella porque su gran dimensión y dureza le servía para enfrentar la fuerza de la lluvia, igual pasaba cuando los rayos del sol eran inclementes, bastaba que Roca se interpusiera entre los rayos y se originaba una sombra tan a gusto que era perfecto lugar de descanso para los transeúntes.
Era tanto su afán por proteger y servir a los otros que la Roca poco a poco fue dejando de lado a alguien muy importante; ese alguien era ella misma, fueron muchas las veces en las que se repitió una tras otra la siguiente frase: debo ser fuerte y no se daba cuenta que de por si, su naturaleza ya era fuerte; pues era una piedra y las piedras son fuertes.

Sin embargo la fuerza a la que ella se refería iba más allá de ser dura sólo por fuera, sino también dura por dentro; pues a su parecer de esta manera podía ser de más ayuda a los demás, decía: no creo que mi debilidad sirva de mucho a la gente pues si ellos están buscando apoyo creo que es mejor mantener la calma, ser equilibrada; objetiva; sin dejar que las emociones tomen mucho terreno pues ellas a veces son muy impulsivas y son malas a veces para conducir las acciones, por eso tomó la determinación de hacer dentro de si una pequeña celda, en la que fue encerrando aquellas emociones que a su juicio le iban a traer conflicto y así fue como fueron desfilando una a una las emociones, la primera fue el Amor, pues para ella el ocuparse del amor le llevaba mucho tiempo, seguidamente entraron la tristeza, la alegría, la ternura, la sensibilidad entre otras, por último entro la esperanza a regañadientes pues estaba esperando que la Roca se compadeciera de ella y no la metiera dentro de la celda, lo cierto es que ahora todas ellas tenían el paso restringido hacia el exterior.

La roca sabía que sus emociones aguardaban dentro pero nadie afuera podía disfrutar de ellas y la roca las consideraba buenas a todas, más sin embargo era en exceso prudente al usarlas, tenía la dosis exacta según ella, y sólo para ocasiones realmente especiales.

Y así paso mucho tiempo y realmente la roca logró ser apoyo y refugio de muchos. Pero un día sintió que dentro de si había como algo que se iba a reventar, un dolor muy fuerte provenía internamente, quería no darle importancia a aquello que le estaba sucediendo  y dijo quizás puede ser la sobrecarga de trabajo. Necesito unas vacaciones, necesito descansar. Sin embargo esa no era la solución y ella lo sabía, entonces decidió  iniciar una nueva búsqueda dentro de si y encontró una puerta vieja y empolvada, se alegró mucho al verla porque recordó que era la celda donde había guardado sus emociones y quizo saber cómo estaban ellas, muy rápidamente abrió la puerta y lo que encontró... Le agudizó el dolor en el pecho, ¡No era posible! que ante sus ojos ya hacia delante de el un museo de estatuas, inanimadas; frías e inmóviles.
 Las emociones con el tiempo fueron cubriéndose de polvo y como nadie las usaba el polvo fue formando una costra de tierra y la costra con el pasar del tiempo se fue solidificando hasta formar las estatuas que ahora ella contemplaba.
La roca quedó muy impresionada con aquella escena y entendió que el dolor que sentía era eso, vio a la tristeza y quizo llorar, pero nada salía.
Vio el amor y quizo amar, pero nada salía.
Vio a la ternura y quizo dar un abrazo, y no pudo.
Entonces se dijo: ¿de que me valió haberlas guardado tanto?
Si ahora que quiero usarlas ya no las tengo. Agacho la cabeza y se sentó,  pensó; es demasiado tarde.
Cual sería su sorpresa que había una de ellas que se había negado a empolvarse
Y esa fue “la esperanza”, que todos los días se limpiaba el polvo y decía hoy la roca me va a venir a buscar y cada día pensaba lo mismo, eso la mantuvo viva porque sabía que algún día la roca iba a volver para dejarlas salir.  Y así fue, frente a ella ahora estaba la roca, tal y como ella lo había anhelado, había vuelto para liberarla, entonces se acerco y colocando la mano sobre la Roca le dijo: ¿Qué te sucede amiga mía? ¿Por qué tan perturbada? La Roca estaba tan absorta con lo ocurrido que no se percató de quién le estaba hablando.
Y dando un suspiro hondo respondió: Ay amiga mía, mi caso no tiene remedio pues soy de las que decía: “No dejes que el amor te ocupe” y ahora veo que el amor no es una ocupación sino un estilo de vida, el amor implica darse a los demás, y lo más hermoso que yo tenía para dar lo he guardado y me lo he quedado conmigo y ahora lo encuentro sin vida, de nada me sirve, dudo que alguien pueda ayudarme, hasta la esperanza se ha ido. 
Ante esta respuesta “La esperanza” sonrío y supo que delante de ella se encontraba realmente la razón por la cual aún ella seguía viva. Tomó su mano y alzo el rostro de Roca y le dijo: Mira, delante de ti siempre estoy. No todo esta perdido, mientras brille la esperanza habrá razones por las cuales luchar. Estas estatuas que ves ahora, pueden volver a la vida, dale cabida en tu mundo exterior, déjalas que afloren libremente y cada vez que las uses dale una sacudida y la costra dejara de ser costra y se convertirá en polvo y el polvo volverá a su lugar de origen y veras entonces como cada emoción volverá a resurgir. Nada hacemos con sembrar dentro lo que debemos cultivar afuera, el amor dejará de ser ocupación para convertirse entonces en estilo de vida.  
    

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