23 de marzo de 2015
La pasión se convierta en virtud 20.03.15
Lectura del libro de la Sabiduría (2,1a.12-22):
Se dijeron los impíos, razonando equivocadamente:
«Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás, y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.»
Así discurren, y se engañan, porque los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan el premio de la virtud ni valoran el galardón de una vida intachable.
Reflexión: Me quedo con esta última frase:
“Así discurren, y se engañan, porque los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan el premio de la virtud ni valoran el galardón de una vida intachable”.
Esta lectura del antiguo testamento sin duda alguna hace referencia a la persona de Cristo, de su actuar y de como Él, genera en muchos pasiones desmedidas que los llevan a odiarle hasta el punto de matarle. En nuestra vida también estamos llenos de pasiones que nos llevan a hacer mal a otros e incluso nos llevan a la ruina en muchas ocasiones, es preciso identificarlas y tratar de modificarlas. El Beato Santiago Alberione escribió algo que ilustra esta particular actitud, se titula: “Para que la pasión predominante se convierta en fuerza y virtud principal”, aquí se los comparto:
“Hemos dicho que las pasiones no son en sí malas, pueden ser dirigidas al bien, todas, todas sin excepción.
El amor y la alegría se pueden dirigir a puro y legitimo afecto a la familia, a buenas y sobrenaturales amistades, pero sobre todo, a nuestro Señor que es el más tierno, el más generoso, el más devoto de los amigos…
El odio y la aversión se dirijan al pecado, al vicio y a todo lo que conduce a ello para detestarlo y evadirlo…
El deseo se transforma en legitima ambición… en la ambición sobrenatural de volverse santo y apóstol.
La tristeza, en vez de degenerar en melancolía, se convierte en dulce resignación frente a las pruebas que son para el cristiano semilla de gloria…
La humana esperanza se vuelve esperanza cristiana, incólume confianza en Dios, que nos multiplica las fuerzas para el bien.
La desesperación se convierte en justa desconfianza de si, que tiene sus fundamentos en la propia impotencia y en los propios pecados, templada por la confianza en Dios.
El temor…es para el cristiano fuente de energía: teme al pecado… santo temor que lo arma de coraje contra el mal; teme sobre todo a Dios, premuroso para no ofenderlo, y desprecia el humano respeto.
La cólera…se convierte en justa indignación contra el mal.
La audacia se vuelve intrepidez de frente a las dificultades y a los peligros.
El deseo de grandeza se transforma en compromiso de crecer en cercanía a Dios, ¡El solo grande!. Vivir según Dios es la única verdadera grandeza.
El deseo de estima se transforma en ambición de agradar a Dios, juez infalible y eterno.
El orgullo se transforma en obediencia que da la seguridad de adivinar siempre.
La sensualidad, en una intimidad creciente con María, madre nuestra, y con Jesús hostia, y en amor ardiente por las almas”.
Feliz fin, chau transforma tus pasiones!
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