19 de septiembre de 2014
Gallinita ciega 12.09.14
Lectura: San Lucas: 6, 39-42
¿Puede un ciego guiar a otro ciego?
En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: "¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: 'Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo', si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano".
1 Corintios: 9, 16-19. 22-27
Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos.
Hermanos: No tengo por qué presumir de predicar el Evangelio, puesto que ésa es mi obligación. ¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por propia iniciativa, merecería recompensa; pero si no, es que se me ha confiado una misión. Entonces, ¿en qué consiste mi recompensa? Consiste en predicar el Evangelio gratis, renunciando al derecho que tengo a vivir de la predicación. Aunque no estoy sujeto a nadie, me he convertido en esclavo de todos para ganarlos a todos. Con los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos. Todo lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes. ¿No saben que en el estadio todos los corredores compiten, pero uno solo recibe el premio? Corran de manera que consigan el premio. Además, todos los atletas se privan de muchas cosas: ellos lo hacen por un premio que se acaba; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así pues, yo corro, pero no a ciegas, y lucho, pero no dando golpes al aire, sino que domino mi cuerpo y lo obligo a que me sirva, no sea que, después de predicar a los demás, quede yo descalificado.
Reflexión:
Al leer este texto de Lucas, no pude evitar recordar mi niñez y en especial un juego infantil, llamado la gallinita ciega, el cual consiste en que los otros jugadores tapan los ojos, normalmente con un pañuelo o venda, a un jugador seleccionado. Entonces el resto de jugadores empiezan a darle vueltas hasta marear al que pilla. Mientras todos corren y la gallina gira, se va cantando una canción así, o similar:
Gallinita, gallinita ¿Qué se te ha perdido en el pajar?
Una aguja y un dedal
Da tres vueltas y la encontrarás
A partir de ese momento, el jugador nombrado «gallina ciega» intenta atrapar a alguno de los que juegan, guiándose por sus voces. Tocando, por supuesto, pero sin pegar. Cuando alguien es atrapado sustituye a la gallina. En algunas versiones avanzadas del juego hay que adivinar quién es el jugador pillado, palpándole. En otras, cuando atrapa al otro jugador, ese jugador queda fuera del juego. Cuando estén jugando, para poder ayudar a la gallina a conseguir sus presas, los jugadores normalmente le hablan o le dan pistas de dónde se encuentran (como por ejemplo: cantando o gritándole direcciones como izquierda o derecha).
Suele jugarse en un área espaciosa, libre de obstáculos para evitar que el jugador haciendo el papel de "la gallina" se lastime al tropezarse o golpearse con algo.
El pintor Francisco Goya inmortalizó este juego en un cuadro titulado precisamente La gallina ciega (Goya).
Ahora vamos con la conexión del juego con la Palabra de hoy: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego?, ¿Qué pasaría si en la gallinita ciega todos los jugadores tuviesen los ojos vendados?, posiblemente la respuesta sería: Todos tropezarían, se caerían o se golpearían. De niños era divertido jugar pero cuando no eras tú el jugador vendado, de lo contrario el andar a ciegas es incómodo, sobre todo porque no se tiene certeza de a donde se debe ir, y además que implica confiar en otra persona para poder orientarte, imagina si el que te toca guiarte es malicioso y busca dirigirte por zonas de obstáculos para que caigas, en un juego es aceptable, pero si se trata de la vida misma puede ser perjudicial.
El texto nos recuerda además: “El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro”. En este andar por la vida, hay muchas personas que encontramos en el camino que nos ayudan, nos guían, nos orientan y aconsejan pero hay que ser cuidadosos en la recepción de esas orientaciones porque puede darse el caso de que la voz que estamos escuchando sea la de otro ciego que esta o igual que nosotros o en peores condiciones, así que mosca.
San Pablo en la carta a los Corintios nos dice: “¿No saben que en el estadio todos los corredores compiten, pero uno solo recibe el premio? Corran de manera que consigan el premio. Además, todos los atletas se privan de muchas cosas: ellos lo hacen por un premio que se acaba; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así pues, yo corro, pero no a ciegas, y lucho, pero no dando golpes al aire, sino que domino mi cuerpo y lo obligo a que me sirva, no sea que, después de predicar a los demás, quede yo descalificado”. Si en este momento eres vidente y no ciego, ayuda a otros en su lucha pero no te olvides de pelear tu propia lucha porque el descuidarte en ella te puede llevar a la ruina. Es como cuando estabas en la escuela y ayudabas a estudiar a otros para un examen porque eras el que más sabía de la materia, al final los resultados todos los demás sacaban buena nota y tú no. ¿Por qué?, te enfocas tanto en ayudar al otro que te confías y olvidas que tú también debes practicar y esforzarte. Es nuestra misión anunciar el Evangelio a todo el mundo pero también debemos vivirlo, esa es la lucha diaria, correr pero no a ciegas para no tropezar, escuchando la voz del verdadero maestro que es Cristo.
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