6 de enero de 2011

El Fariechòn y el Publiciento

(Para esta historia sugiero leer Lc 18, 9-14)

En aquel tiempo, dos hombres subieron a orar al templo. Uno fariechón de pura cepa; el otro, un publiciento más, servidor de los Romanos.

El fariechón, erguido, conocedor de la ley, formal y fiel practicante de las tradiciones, todo un modelo a seguir, oraba en su interior pero era tan grande su ego que su grandeza se exteriorizaba y decía: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: no soy ladrón, no soy injusto, no soy corrupto, no soy infiel, ni mucho menos adultero, yo sería incapaz de dañar a alguien, yo no bebo, ni fumo, yo me levanto bien temprano a orar y a leer tu palabra, si alguien hace algo malo yo lo corrijo y le digo por donde debe ir, yo soy más humilde que Teresa de Cálcuta, siempre que me piden colaboración yo soy el que más aporta; en fin Padre soy todo un modelo de santidad, solo me falta la canonización. ¡Señor! sobretodo te doy gracias porque yo no soy como ese publiciento arrastrado y pecador.

Después de haber hecho esta oración el fariechón mínimo debió haber necesitado de un alfiler para poder desinflarse y bajar al suelo, digo por lo elevado que estaba.

Por otro lado allá a lo lejos, al final del templo se encontraba el publiciento, haciendo el menor ruido posible para pasar desapercibido, no se atrevía siquiera a levantar los ojos, era de esperarse esta actitud de su parte ya que los publicientos eran recaudadores de impuestos al servicio de Roma, se enriquecían a costa de la población, por eso no podía mirar al cielo; eran como aves de rapiña a la espera de una presa; sin embargo en este hombre había un toque distinto, estaba allí con cabeza gacha y golpeaba su pecho y decía: ¡Oh Dios!, ten compasión de mí que soy un pecador, aunque el hombre no pronuncio otras palabras imagino que por su mente pasaron todas aquellas injusticias y atropellos que había cometido para con los demás, su falta de amor a Dios y al prójimo, las veces en las que fue deshonesto en su trabajo, los insultos que pudo haber dicho en un momento de ira, las veces que envidio la suerte de los demàs y hasta la mujer de su amigo ¿porque no?, las mentiras dichas para salvar el pellejo, en fin todos los defectos que te puedas imaginar, si esos que vemos facilito en los demás y que cuando nos vemos nosotros no aparecen.

Allí delante de Dios encontraban dos corazones, uno altivo y elevado, otro miserable y arrepentido. Les digo que este último bajó a su casa justificado y el primero no. Porque todo el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido.

Dos imágenes delante de Dios, una de vida “perfecta”  y la otra de tendencia pecadora, la primera viene comandada por la acción del hombre y sus ínfulas de querer ser intachable ante Dios y en la segunda no es el hombre quién protagoniza sino la acción misericordiosa de Dios quién acoge en su templo a todo aquel que humilla su corazón. Seamos pues humildes en nuestra oración y presentemos a Dios nuestras vidas tal cual son.

No hay comentarios:

Publicar un comentario