7 de enero de 2013

La Estrella del Rey

Hemos visto su estrella y venimos adorarle Mt 2,2. Hace mucho tiempo atrás se pensaba que cada persona al nacer poseía una estrella en el cielo y que el brillo de ella denotaba la importancia del que había nacido. Tuvo lugar por aquel entonces; el nacimiento de un niño, y su estrella se hizo notar con un fulgor que atrajo la mirada de algunos hombres estudiosos de los astros; y estos decidieron ponerse en marcha para ver de qué se trataba, siguieron el rastro de la estrella y llegaron delante del rey Herodes, los magos pensaron si esta estrella ha brillado debe ser digna de un Rey, llegaron pues a preguntar: ¿Dónde esta el Rey que ha nacido?, tal vez pensaron que el niño nacido podía ser hijo de Herodes, no lo sé, son elucubraciones. Lo cierto es que alguien grande había nacido y su estrella se hizo notar en el cielo para dar fe de ese hecho. Brilló tanto que movió la voluntad de aquellos hombres, ¿quién pudiera imaginar ese brillo?, al punto de generar la curiosidad; y mas que eso la necesidad de salir al encuentro de aquel cuya luz irradia tanta grandeza. Venimos a adorarle. Se dice que la adoración es un estado espiritual contemplativo en el que el espíritu del hombre se sobrecoge maravillado estableciendo una comunión íntima con Dios, dando lugar a una experiencia deliciosa de los sentidos dentro de una dimensión eterna. De la adoración también se puede decir que es un estado (en reposo) o estilo de vida (activo) que obedece intuitivamente a la fe y responde a revelaciones divinas que produce según la intensidad sutiles cambios en las fibras del corazón humano, volviendo de esta manera más perceptiva la conciencia y más activo el espíritu. Es el nivel más alto de sintonía con un ente espiritual que eventualmente desarrolla lo que los adoradores han coincidido en llamar iluminación espiritual, que es la manera de “conocer” a Dios en sus múltiples manifestaciones. Y pienso para mí, estos hombres que nada sabían de Él, vinieron a verle y no sólo eso sino también entraron en esa comunión íntima de amarle. Y le ofrecieron: Oro, incienso y mirra. Oro, símbolo de la realeza, el que ha nacido es Rey, su Reino no es de este mundo pero tiene potestad sobre el cielo y la tierra y lo que hay en ella. Incienso, porque el que ha nacido es verdadero Dios y como tal merece adoración, se enciende y desprende un humo fragante que llega a El junto con nuestras oraciones. Mirra, porque el que ha nacido también es verdadero hombre, como nosotros, en todo fue igual menos en el pecado. Más tarde sufriría la pasión y sería ungido su cuerpo. No sé a que conclusiones pudieras haber llegado tu luego de leer todo esto, pero a mí en particular me invita ha reconocer, como el profeta Isaías, que ha llegado la Gloria sobre nosotros y vale la pena levantarse, tal como lo hicieron aquellos magos para contemplar lo sucedido, y no sólo eso, sino también entrar en esa comunión íntima de adorarle con nuestra vida misma postrada delante de Él, y darnos cuenta de lo que le hemos ofrecido a ese Rey, a ese Dios; y a ese hombre. Levántate de allí donde estas, mira que su luz ya resplandece. Bajo esa luz ¿quién puede quedar a oscuras? ¿Crees qué tú vida ya no le importa y se ha olvidado de ti? Hoy te digo: La Gloria del Señor está sobre ti. Al principio El era la luz y aún hoy sigue siéndolo. Si el sol dejará de brillar, toda la vida se iría a la muerte y si la Estrella del Rey dejara de brillar en tu vida, tu espíritu se extinguiría.

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